Breves acrobacias del absurdo

Fragancia de magnolias. Envolvente y siniestra.
Ángeles con vuelos rasantes. Almas en pena


Santa Fe, 15 de julio de 2007
Buenos Aires, 15 de julio de 2008

Soliloquios


I

Viajo a Nigeria. Llevo poco combustible, lo sé. Pero no me importa llegar: sólo partir. Enciendo una cerilla y la tiro sobre el bidón de gasoil. Después, con la parsimonia debida, abro el mapa y clavo otra cerilla bien en medio de la palabra Nigeria.

II

En la urgencia, los códigos están bien precisados: quien no nada, se ahoga. Miro hacia las profundidades del océano, el barco que se hunde, la noche cerrada, y empiezo sin dudarlo un curso acelerado de natación.

III

Hoy entré al cementerio de ángeles. Fragancia de magnolias. Todos de pie. Alas caídas. Cuencas sin brillo. Olvidados de su paraíso, aún así, no quieren ni pueden aceptar que los hayan sepultado en la Tierra.

IV

Lo de los ángeles con las alas quebradas es historia vieja. O los ángeles con las alas cansadas, ídem.Yo he escuchado, en cambio, que a algunos querubines, arcángeles y tronos no les crecieron lo suficiente. Pueden volar –vuelos rasantes, los más- pero no alcanzan la altura de la celebración. Como buen cristiano, quisiera saber a cuáles no debo confiarme. Y en qué estado está mi ángel custodio.

V

El sortilegio va en el anular izquierdo. Y lo mayestático, más imponente, en el dedo medio de la mano derecha, la que da órdenes. (La cadena de lo dubitable la dejo caer, sin sonido, por debajo de la túnica).

VI

María Callas canta para mí todas las mañanas, cuando la aurora. Claro que es a través de un CD, pero igual Tutte le torture y Ritorna Vincitor, están en mis oídos con los debidos decibeles. Puede ser que alguna mañana el aparato no esté en buenas condiciones y ella se niegue a cantar. Pero tengo mi receta de persuación. Le recuerdo a Monserrat Caballé, y la ira le recupera de inmediato el poder de sus cuerdas vocales.

V

Cuando inventé la máquina para hacer pájaros, todos creyeron que estaba del tornillo. Pero yo sabía bien lo que hacía y cómo lo hacía. No se trataba de aquellas máquinas parlantes medievales, ni de objetos con equipos de sonido. Se trataba, simplemente, de aparatos que aceleraban la fertilización de los huevos y duplicaban su potencial genético. Un día, cuando infecté de tordos negros toda la ciudad, decidí romperla. Justo a tiempo que una patrulla de gendarmes venía a buscarme.

VI

Con mi prima, Simone de Beauvoir, recorrimos y jugamos en todas las plazas de Paris. Dejamos de vernos, pero yo nunca la olvidé. Ya gran escritora, nos cruzamos varias veces, pero ella evitó el reencuentro. Debo reconocer que yo jamás hubiera dicho, jamás, que ella era tartamuda de niña. Y que se comía las uñas de los pies.

VII

Mi sombra se baña todos los días domingos y queda bien limpita durante la semana. Yo hago como que no me doy cuenta del rito, pero el día que no lo haga o que lo postergue un poco, sé que la desconoceré como propia.

VIII

Dos espacios: uno para crecer, otro para desaparecer sin rastros. Dos espacios: uno para nombrar y otro para ser nombrado. Dos espacios: uno para el cielo, otro para la tierra. Dos espacios para mí solo.

IX

Dos sucesos me han alarmado últimamente. Uno, que ya no me atrae La ronda nocturna, de Rembrandt. El otro, que rechazo el cognac. Algo ha cambiado. Miro mi cédula: ya no figura Anselmo Rodríguez. Bajo mi foto, está escrito Aniceto López.

Alteridades


I

Filma la realidad desde afuera, por el realismo que le dicen. Pero le refutan: la realidad debe mirarse desde adentro. Se introduce entonces una sonda endoscópica por el ano (con cámara fílmica, por cierto) y descubre de a poco que su cuerpo está desorientado y vacío.

II

A Gato Colorado llegó la Pantaleona sin otro equipaje que se valija de cartón. Liviana. Adentro, nada. Pero sí: adentro, todas las memorias trasnochadas de un hombre golpeador, de una hija abortada, de botellas y botellas de fernet, de tugurios prestados. Y una soga, sí, una pequeña soguita de nylon que bastó. Bastó cuando en el sueño etílico, sólo silencio.

III

Flores de amizcle y hojas de siemprevivas; semillas de amapolas y tubérculos macerados de fresias. Con ellas hace el brebaje y espera. El niño que no crece mira a la mujer, quien calladamente siente que en ese cuenco está el milagro. Cuando la luna, él se inclina un poco y lo escurre por el piso. Muñeco de mazapán.

IV

Cuando empezó a levitar, el mundo se le vino encima. Mejor dicho el cielorraso. Alguien le dijo que se dedicara a ciencias ocultas, pero no era el caso. Al fin eligió ser ilusionista. Y todos (incluso él) lo vieron como natural.

V

Hay muchas sabidurías, pero él posee la de callar. ¿Para qué decir, protestar, prometer, orar? Su vida es plácida y cerrada. Sin urgencias. Por ello, al llegar un día el dolor, estrena una sonrisa impávida. En la boca sin dientes. Sin lengua.

VI

De Salsipuedes quizá recuerden la historia del cementerio y del féretro bailarín, pero éste es otro suceso. El de la escuela sin niños. Ahí donde todos los alumnos hicieron huelga y dejaron a los maestros sin empleo. Un suceso histórico, es cierto. Y que ubicó a Salsipuedes en el campo de las reivindicaciones sociales. El derecho de los niños, claro está, a no estudiar.

VII

Su cuerpo es un disparador de energía. Sexo y músculo siempre preparados, listos, en tensión. Su cabeza alerta, su mirada relámpago. Como un virus lento, una mujer se introduce en su cuerpo y lo estraga. En días, el cuerpo de ella es un disparador de energía. Sexo y músculo. La noria de la vida no cesa…

VIII

Un cordero sin piel no es cordero. Lo sabe Pedro, que busca gibas en los médanos, que investiga obstáculos en los caminos abiertos, que saluda a las ánimas. (Y que, en el fondo, presiente que nunca hallará el vellocino de oro…)

IX

Ella tiene una vida de tules. Entiéndase: una vida transparente. Pero sabe cuánto debe sacrificar, cuando el destino impone sus códigos. Por eso, sin hesitar, sube al molino el día que le arrancan el hijo. Mira las nubes, se ciega ante el sol, y acepta que el viento la lleve más allá de las astas…

X

No importa cómo se llama. Es un cuerpo hecho de sabiduría y de ternezas. Nadie lo busca por su nombre. Lo invocan como El Santón. Y él parece dispuesto. Generalmente no abre su boca ante las preguntas. Ellos, casi siempre, saben aceptar que su silencio equivalga a una respuesta. Afirmativa, si le cae bien al consultante. Negativa, si es lo que el otro espera…

XI

El espacio que cabe entre una pregunta y una respuesta, es el que no logra calibrar. Nació en el territorio de la duda. Y si dice sí frente a una encuesta, se lamenta horrores, después, de no haber ratificado el no. Por eso, no se empleó nunca, no se casó, no viajó, no tuvo hijos, y cuando llegó la hora, se negó a morir.

XII

Dos veces traspasó el abismo. En la tercera, erró pie y cayó a los Jardines del Edén, donde todo está permitido menos maravillarse.

XIII

Fabrizio deposita su última lira en el banco y se va a la plaza. No tiene un céntimo. Ni encima, ni en su casa. Fabrizio piensa que, como el hombre de la camisa feliz, todo su dinero es del banco.

Caminos


I

Atraviesa la jungla de cartón y hace un safari increíble. Todo está preparado, menos las municiones. Tira su cantimplora ante el primer puma que se le lanza encima. Y no advierte que las uñas de su gato, perfectas para el desguace, cortan el camino de regreso.

II

Viene de descubrir grandes tesoros minerales. Un castillo de diamante. Un largo puente de obsidiana. Un árbol de pirita tallada. Varios abismos de bauxita. Y un pequeño camino de mineral dormido: ese nombre que daban los antiguos mineros del Perú a las vetas sin explotar. (Ese, sin embargo, es el que volverá a recorrer mañana para llegar a la muerte).

III

De Oporto a Fátima, de Evora a Lisboa. Caminos que se cruzan por la mente, antes que por los pies. Y sin embargo, caminos que ha recorrido en otra vida, tras otros objetivos. Hoy decide volver a hacerlos. No por buscar un milagro. Simplemente, simplemente, por ver si al fin se reencuentra.

IV

No se atreve a reconocerlo: ha olvidado por dónde se llega a casa. Recuerda todo lo que dejó allá: las piezas corridas junto a la galería, el umbroso jardín, el perro. Pero no sabe por dónde ir. Una luna alta lo tranquiliza; la plaza ofrece el palco de la banda. Allí, en las suaves gradas, dormirá feliz. Por la mañana, su perro le lame la cara.

V

Comenzó por una piedra. Luego siguieron otras y después otras. Y el pasto aplastado por las pisadas de los días. Pero el camino de noche desaparece. Con paciencia infinita, le va bordando mostacillas de colores en las márgenes. Lleva once meses en la amorosa tarea…

VI

Cuando terminó la peste negra en Palermo, el vizconde, conmovido, tomó el camino de la fe. Misa diaria, cirios a los santos, limosnas a los menesterosos. Duró esto algo más de un año. Al morir el prior de la orden –primera víctima de la fiebre amarilla- el vizconde desapareció de los templos sicilianos.

VII

Laura ha jurado fidelidad. A los vivos, con el amor; a los muertos, honrándolos. Conoce a Pedro, que es todo lo contrario. Es un infiel a los códigos de convención. Allí entablan un duro combate. No triunfa la vida.

Vuelos


I

Mira la mosca. Analiza más tarde a un colibrí. Levanta la vista al cielo y descubre un cóndor. Planean golondrinas sobre la sombra. El pesado aleteo de una paloma disturba su pensamiento. Una mariposa, frágil, escapa a tiempo de su mirada. Colige que todos los vuelos son diferentes, según la criatura. Y elige ser reptil.

II

Para entrar en órbita lo adoctrinan. Deberá resistir la ley de gravedad. No recepcionar sonido alguno. Negarse a toda penetración de ingestas sólidas. Eliminar los pensamientos. Toda voluntad de resistencia será denunciada. Ya es una cápsula.

III

Juega con el Apolo X en el jardín de infantes. Es feliz, porque papá también está jugando allá, en la imbatible estratósfera. Los compañeros lo miran con desconfianza. Su aparato los incomoda. Y encima no habla, no dice nada. Varios de ellos se acercan y pisotean su juguete. Papá ha muerto.

IV

Es como en Venecia, que las palomas caminan y los leones vuelan. Es como en Venecia, que las calles de aguas conducen a precipicios de palacios. Es como en Venecia, en que vuelo de un ventanal a otro y no alcanzo a abrazar a la amada y

Letras


I

De la zeta etrusca a la griega. De la latina a la egipcia. De la zeta gótica a la jónica. De la española a la americana. Mi ceceo se las conoce a todas. Y aún así –entre burlas que desoigo- sigo aprendiendo.

II

Escribió y publicó La historia del huevo Evo. Y se la dio a un distribuidor. Al comienzo las noticias fueron concretas: no había buenas ventas. Después fueron más drásticas: no había ventas. Decidió rescatarlo de las librerías. Y ahí fue cuando su sorpresa tomó mayor tamaño: se había vendido un ejemplar. Desde entonces, buscó por Inglaterra y por Escocia al lector de su obra. Ni al morir supo que la lectora era su nieta mayor.

III

En Tandil, la ciudad de la piedra movediza que se volvió a emplazar, se estrena Rey Lear, de Shakespeare. Hay un buen público, pero pocos saben lo que van a ver. De Britania y del rey legendario, nada. De pronto, en medio del espectáculo, alguien grita, al ver caer de bruces al actor de su trono de utilería: ¡Le prestamos la piedra!

IV

Le manda carta a Jean Cocteau para contarle que está escribiendo su autobiografía. El francés le responde que está haciendo lo propio. (En realidad, ya lo sabía por la prensa. Lo que quería, en fin, era obtener un autógrafo). Alentado hace lo mismo con Colette, pero ésta lo manda al infierno: toda su obra es autobiográfica, imbécil.

V

Como Güiraldes con El cencerro de cristal, tira toda la edición al pozo. No se lo dice ni a su mujer, pero presiente que es lo mejor. No podría leer una crítica adversa. Y si no hay lectores, se suicida de las letras. Cuánto perdería el Parnaso…

VI

Céline es amigo de mi padre. Le ha amargado la vida. Y como papá no es lector, le dice oralmente todas las frustraciones existenciales juntas. Lo hace con palabras que son cal viva. Ayer, finalmente, Céline mató a mi padre. Le dijo, de la forma más cruda, que era mortal.

Aerofobia


I

Camina para atrás, para que no lo lleve el viento. Hace tiempo que no sabe trasladarse de otra forma. Tiene horror a que algún movimiento aéreo quiebre su osamenta de cristal. Sus pies vacilan. La incapacidad de ver lo que hay detrás, lo entumece. Finalmente, enciende un potente ventilador para terminar de una vez, y antes que las astas comiencen su giro, un cortocircuito lo fulmina.

II

Al aire trae sonidos, aún sin brisas. No quiero oír esos sonidos. Aunque fueran trinos, no quiero oírlos. El aire trae mensajes. No importa qué contengan, yo no los quiero oír. (En una parte de mi cuerpo, en la más secreta, alguien me dice que el aire suele llevar las voces de los muertos)

Campanas


I

¡Hagan sonar las campanas! ¡Hagan sonar las campanas! Que el aire se llene de repiques, de aleteos metálicos, de musicales registros. Iglesias de Valladolid y de Belem, de Chillon y de Segovia, de Toledo y de Ávila, de Lincoln y de Buenos Aires. ¡Hagan sonar las campanas! ¡Que no quede un solo campanario mudo! Los demonios, como murciélagos, aletean en los templos. ¡Hagan sonar las campanas! Que vuelvan los serafines a dormir en las torres.

II

Que alguien sacó las pequeñas almohadas. Que los curas no les tenían paciencia. Que un día los turistas empezaron a sacarles fotos. Lo cierto es que los serafines se fueron. Y también es cierto que las campanas (ni bien los ángeles quedaron en el ayer) sonaron de otra forma. Yo no he visto demonios colgados de las sogas. Pero acá dicen que el sacristán ya no necesita subir al campanario. Que se ha arreglado con un ayudante que nadie ha visto nunca.

III

Suenan a muerto. Y las mujeres de negro salen de sus casas y suben, una a una, las escalinatas. Suenan a muerto. Y el templo se recoge en penumbras. Suenan a muerto. En una celda, el último de los monjes ha expirado. (Al mes, la iglesia abre las puertas como supermercado).

IV

Irma tiene una colección de campanitas. Campanas de silencio, porque nunca las hace sonar. Están dentro de dos grandes vitrinas y equivalen a hermosos recuerdos de viaje. Una noche, en medio del sueño, oye un repiqueteo plural de acordes. Y un estrépito final. Se levanta, y en el suelo, diseminadas, porcelanas, bronces y cristales dan cuenta de un silencio que se ha roto. (Arriba, impertérrita, fiel, la de papier-maché.)

Voces


I

Cuando Eulogia me llamó del otro mundo, no me di cuenta que lo hacía desde la habitación de al lado. Había vuelto a casa, pero estaba desesperada. Gritaba y lloraba, lloraba y gritaba como si estuviera con toda la sangre adentro. Al final, le entendí lo de la farmacia. Urgente, antes de irse, que fuera a comprar algún somnífero. Dos años, más de dos años, sin poder pegar los ojos…

II

De Villa Borghese recuerda, claro está, los jardines y los mármoles de Antonio Canova, las telas de Antonello da Messina y de Sandro Botticelli, las vírgenes de Bellini. ¡Y el Baco de Caravaggio, cómo no! Pero hay algo que quedó fijado para siempre: el guardia ciego avanzando por las salas, avanzando rápido hacia él y ordenándole a viva voz apague su cigarrillo, salga y no vuelva nunca más.

III

Su oficio es coreuta. Canta en todas las lenguas con la misma pureza, con la misma altura vocal que tienen los ángeles (sí, los que cantan). Y se siente tan transportado, tan feliz de cantar, que comienza a hacer algo que no es bien visto por nadie. Vocaliza musicalmente todas las preguntas, todas las respuestas. Le canta a su mujer hasta cuando hacen el amor; y le canta al almacenero, al efectuar el pedido. El primer día de enero, después de las fiestas, una ambulancia lo lleva al refugio de orates.

IV

Lo primero que articuló, antes del año, fue la palabra jazmín. La familia, maravillada. Pasada la adolescencia, ingresó en la carrera de arquitecto paisajista. De ahí, la abuela reiteró hasta la muerte que hay vocaciones tempranas.

V

Si no le dicen conde Arcadio, él no se da vuelta. La nobleza obliga a respetar a sus ancestros. Y Arcadio camina por la vida desentendido de toda obligación o compromiso. Sabe muy bien que está ligado sanguíneamente a esa palabra que destaca su nombre, su patronímico, su prosapia. Una voz ha calificado su existencia. En la lápida final, Arcadio Gómez.

VI

Adora Sibelius. La suite Karelis y Pélleas et Melisande suenan todo el día en la casa. Y la suite Finlandia, por supuesto. Adora Sibelius. Y no lo comparte más que con sus gatos. Los perros aúllan, no saben nada de música. En cambio los gatos hasta entrecierran los ojos –lo ha comprobado- para escuchar mejor.

Zodíacos


I

Desde hace veinte años arma horóscopos semanales para diarios de provincia. Conjuga Marte con Júpiter, intercepta a Venus, teje y desteje la fortuna con otros desniveles emocionales. Y aparecen todos los signos, todos, menos el propio. Ese lo escribe su hijo, como mejor le caiga en ganas. No quiere apostar –nunca lo quiso- a la propia suerte.

II

María teme leer su azar de la semana. Teme el anuncio de un nuevo infortunio, aunque los autores de horóscopos siempre se cuiden de anunciar tragedias. Teme reconocer que Virgo le juega malas pasadas. Teme. Entonces, se pasa al directo juego de los astros: compra un telescopio y arma las mejores lecturas zodiacales de su vida.

III

Es obvio que Júpiter y Marte se acercan amorosamente, en los últimos tiempos. Lo dicen los diarios, lo transcriben y aseveran los astrólogos. Quizá es una historia de millones de años –guiño va, guiño viene- y nosotros recién nos enteramos ahora. Claro está: las noticias de la estratósfera no tardan segundos en llegar.

IV

Que no figure Plutón en los zodíacos y sí los asteroides, no tiene perdón de Dios. Y puedo decir que lo que ocurría hace 2300 años, ya no ocurre. Los signos zodiacales no coinciden con la constelación de su nombre. Así, no es raro que a mi la vida por ahí se me confunda con la muerte. Y me manden a prisión por estafa.

V

Mi amistad con Copérnico es reciente. Le escribí por el tema del Sol y la Tierra, que a veces interfieren en el trazado de mis cartas astrales. Al principio se inquietó un poco, pero después –intercambiados varios fax- aceptó que su teoría tenía puntos débiles y que Newton, Galileo y Keplet enderezaron la cosa. Siempre le importó más la valorización de la moneda, tema en el que todavía está trabajando porque el mundo lo necesita. ¿La Tierra? Sigue girando sola.

VI

Comenzó en Londres con los horóscopos de duendes. Mucho antes que supiera lo de Alicia y del irlandés Carroll. Pero las cosas no resultaban del todo. Les faltaba energía. Fue a vivir a Ovido, en Portugal. Allí los duendes crecieron mucho más que una palma de mano. Ambiciosa, se mudó a Madeira. El sol, el agua, hizo que comieran hasta un metro de altura. Y entonces fue cuando –bulimia desbordada- se rebelaron y lo engulleron sin más.

VII

Consulta su horóscopo. Hoy no debe salir de casa. Resignada, toma la primera infusión de la mañana. Al encender la radio, le informan que hay un gran sismo en China. Con razón, se convence. Queda lejos, pero en fin.

Herbarios


I

Flores de heliotropo, jazmines secos, caléndulas impertérritas. Y tréboles de cuatro apéndices, perfectas hojas de roble, pestañas de lino…El herbario crece en su secreta virtud de permanecer inalterable y frío. Un día su custodio pierde el equilibrio. Toma una regadera y comienza a echar agua y más agua sobre las páginas contenedoras. Algunas hojas caen, los papeles se humedecen para siempre, los jazmines lloran.

II

Mi abuelo me regaló su herbario. Me gusta, pero no logro agregarle una sola de las hojitas que voy juntando. Las tengo encerradas en una gran caja de cartón, todas mezcladas, sin jerarquía. Un día me rebelo. Sé que no me lo perdonará, pero libero de las casillas de pétalos y pistilos a toda su colección de miles de especies. Abro la ventana y un ejército de libélulas sale a volar por el campo.

III

Luis de Irazábal armó un herbario a fines del siglo XVIII. Lo donó al museo de los padres franciscanos de Guimaraes, en Portugal. El herbario –cerca de un millón de especies- estuvo en exhibición casi doscientos años. Al cerrarse el museo para siempre, un fraile cava un pozo y devuelve las hojas a la tierra. Alguien se lo comunica a Luis de Irazábal y éste jura que nunca más donará nada.

IV

Entre las páginas de poesía, en los libros de historia, en los de geografía, están prensadas mis hojas, mis pétalos de amapola, las minúsculas semillas y los frutos grises de innúmeros viajes. Los recogí en silencio. Entre las páginas, continúan en silencio. Ritual de viajes con sandalias de viento. Y sin embargo, ritual de dorada magia.

Zoos


I

De los plantígrados, el oso es el que menos me gusta. Por ahí lo representan bueno, por ahí feroz. En mi zoo de fantasía, no tengo un solo oso. En cambio, qué alegría me da retorcerle el cuello a la jirafa y hacer un nudo. ¡Qué gusto tengo cuando logro ponerle cuchillos en la boca abierta de los cocodrilos! ¿Y les parece mal que les introduzca tornillos en el oído a las cacatúas? Es mi zoo, y hago lo que quiero.

II

La esperanza es esa cosa con plumas, dice Emily Dickinson. Y él vuelve una vez más a alinear sobre la repisa los cuerpos secos, duros, de once gorriones, cinco palomas, dos colibríes, seis cardenillas, que fue recogiendo en los caminos de la vida. Los postigones abiertos son la esperanza, la dulce esperanza que algún día vuelvan a volar.

III

No quiere incorporar pegasos a su zoo. Son infieles: siempre tienden a volar, a irse de casa. Pero Alejandra le da el consejo. Córtales las alas. Haz como hiciste con los dientes de los leones y aquél odontólogo amigo. Y ya los ves, tan mansitos.

IV

Felinidad compartida entre Leda y su micifus. El animal –collar, mitones, capita de lana y gafas para sol- la mira dulcemente. Ella, uñas largas, bigotes pintados, cola sedosa, le responde con un miau.

V

Trilussa, el último fabulista italiano del siglo, deja de escribir, harto de ingratitudes.
Siempre trató bien a sus animales y ni una sola moraleja dañó la imagen de cuadrúpedos, aves o coleópteros. Se siente incomprendido y olvidado. Todo es con Esopo. El día de su sepelio, cimitero di Roma, desfilan tras el féretro su gato Pomponio, diez osos de peluche, varios tigres de hojalata, un león a cuerda, un lobo y ovejas de chocolate blanco. Cortejo triunfal, al pomeriggio.

VI

Cuando se separó de su mujer, puso un criadero de aves. Se siente muy solo, pero me parece que entre las plumíferas hay una gallina bataraza con quien le pueden ir bien las cosas.

Culpas


I

Cristóbal Brazolargo duerme sobre sus culpas. Son sencillas, casi inocentes, pero él las ve enormes, desmesuradas para su corta vida. Piensa que ya no puede seguir así. A los dieciocho años se siente un hereje. Abre todas las pajareras. Libera a los cerdos. Echa al orgulloso faisán. A la noche siguiente, sumido en dulce sueño, dos colibríes dejan gotas de néctar sobre sus ojos.

II

Acabo de arrojar el último poema de amor que él me escribiera. Un leve remolino lo tragó. También tragó nuestro amor su suicidio. Y no quiero guardar más tantas palabras, tantos juramentos. El se fue y yo también me he ido para siempre de su amor. Las culpas están compartidas. No lo lloraré y ya le devuelvo todos sus poemas.

III

El tres es el número que corresponde al Cielo. El cuatro, a la Tierra. Entre uno y otro, sobrenada la duda. La duda innumerable. ¿Qué sucede cuando, sumando siete, los vínculos de la existencia no pueden ligar el bien y el mal y mandan al infierno las culpables matemáticas?

IV

Al desaparecer la última prueba lo absolvieron los jueces, no Dios. Aquí empezó a pesar la culpa, que se multiplicó en otras culpas, que se erizó en un arco puntiagudo de angustias e insomnios. Al fin, se presentó al tribunal. Confuso. Y ahí los propios jueces le pidieron perdón, por no haberlo absuelto antes.

Obituarios


I

Al morir el abuelo, cerramos sus cajones con llave. Nunca más fueron abiertos. Siempre me inquietó ese silencio profundo que se hizo sobre él. Vendida la casa, me quedé subrepticiamente con el mueble. Fácil fue entrar a esos cajones. Pero de ellos no he vuelto a salir más. Estudios sobre Satanás, sobre el Lucifer de las profundidades, sobre el príncipe de los ángeles rebeldes, no me dan reposo.

II

Murió el conejito y la niña arma en el jardín una tumba de tierra apisonada. Va a poner una cruz encima y su madre se lo prohibe. Piensa en todos los conejos del mundo huérfanos de toda piedad. Y jura que, cuando sea mayor, fundará un geriátrico de conejos desamparados.

III

Mañana moriré. Y al día siguiente se da el gusto. La llevan como una Desdémona, con su largo pelo suelto al viento. Al entrar al camposanto, dos hombres se interponen al cortejo. No será sepultada. ¿Es acaso catalepsia? pregunta alguna voz. No: es una infiel a la vida. Y el cortejo da la media vuelta.

IV

Dicen que los hombres somos seres de un día. Todo pasa rápido, sí. Pero también somos seres de un siglo. O de un mes, como le sucedió a Clarisa. La anotaron mal, confundiéndose un tres con un ocho en la década de su nacimiento. Y si bien murió a los cincuenta, el registro de los libros tiene escrito niña de un mes fue sepultada.

V

A las culpas no las entierra nadie. Las culpas no mueren,.sobreviven siempre. Lo sabe Rosaura, que mató a un perro hace once años y todavía le aúlla las noches de luna llena.

Circos


I

Cuando llegó la pantera albina, el circo cambió. El canguro boxeador fue sacado de programa, por celos. Pero aparecieron los monos payasos, que suplantaron a los verdaderos. Las mulas contorsionistas. Los tigres con sus habilidades malabares, Y el elefante, que dejó de pararse en una sola pata para arriesgar equilibrio en la cuerda floja. La ecuyére fue la primera en irse. Y los malabaristas denunciaron el hecho a la justicia federal. No hubo sanciones.

II

El circo de los Romanoff cierra sus puertas. Mejor dicho, su carpa. Últimamente no se acercan ni los chicos y sólo alguna futura madre lo hace para alegrar al gestante. El dueño que todo se debió a la muerte de los trapecistas. Pero la verdad es otra: el circo no funciona porque un maleficio le ha caído encima, desde que grabaron bajo su lona aquél culebrón para la TV.

III

Circo como ése no había otro en la región. Las aguas danzantes lanzaban pececitos sobre el público. El trapecista –boca desmesurada- recibía a tiempo los caramelos arrojados de platea. Desde las populares, volaban pedazos de bofe a las gargantas de los leones. Mayor comunicación, imposible. Por ello, su dueño abolió el látigo. Justo el día antes que los de la popular dejaron de arrojar la ración acostumbrada.

IV

Después que filmaron aquélla película en que Marcello Mastroianni se enamora de una enana ecuyëre, aparecieron varias muchachas acondroplásicas por el circo. Todas buscaban conchabo. Y a todas se les respondió lo mismo. No era por discriminación: tan sólo que por allí no había ningún galán maduro para ofrecerles.

V

Recuerdan, quizá, un par de historias de la ecuyére ciega. Bueno: recuperó la vista. Con tan mala fortuna, con tan mala, que coincidió con un contrato para hacer un papel en la televisión mexicana.

VI

La ecuyére que recuperó la vista está desolada. No sólo por lo de la telenovela. El caballo blanco, de largas crines, que soñó montar todos esos años, es un tordillo retacón. Y a más, torpe. De viejo, le han aparecido cataratas en ambos ojos,

Retratos


I

Pinta el retrato de la duda. El es la duda. Siempre indeciso, compulsivo, cargado de miedos que no logra controlar, aunque lo intente. No sabe si pintarse con los ojos cerrados. O sin orejas (no sabe escuchar). Finalmente, pinta de azul oscuro una gran interrogante sobre la tela. Y queda conforme con el autorretrato.

II

En el taller hay numerosos retratos. Todos acabados ya, esperan el baño final de los barnices. ¡Cuántos pedidos ha tenido! El me mira, silencioso. No ha tenido pedido alguno, responde al fin. ¿Y esos hombres, esas damas? Son mis sombras. Las que me han perseguido toda la vida con consejos, con críticas, con censuras. Pero no llegarán al barniz, lo juro. Mañana mismo las quemaré. Sin culpas.

III

Como una Venus de Velázquez, como una maja de Goya, quiere que la retraten. Posee un cuerpo hermoso, perfecto. Pero velará su rostro, lo único que pide. Aunque le quede el recurso de bajar la mirada ante los pinceles, la posteridad no sabrá nunca de su estrabismo convergente.

IV

El señor del castillo alto le pide un segundo retrato. No sabe qué solución distinta ofrecerle, ya que el anterior lo hizo hace menos de un lustro. El hombre está viejo y quiere trascender, sin duda. Lo empieza a pintar con entusiasmo, después con fervor. Cuando llega a las manos, entrelaza, desprovistos de piel, huesos de carpo, metacarpo y falanges. Y se lo muestra.

Tipicidades


I

Lo característico del pueblo de Ronda es su plaza de toros. No: el tajo de Ronda, a orillas del Guadalevin. ¡Qué va, lo característico son sus ruinas árabes y romanas de fortificaciones! ¿Habrá algo más típico de Ronda que las cuevas de estalactitas? El historiador calla, porque siente que lo más importante es el palacio Salvatierra, la puerta almogávar, la antigua Munda donde César derrotó a los hijos de Pompeyo.(El Irineo sonríe: lo más importante de Ronda es mi almacén, donde medio pueblo va a tomar la manzanilla y jugar al chinchón).

II

Típico de Brasil es su Carnaval. Y de todos los que preparan, me gusta más el de San Salvador de Bahía. Ahí la síncopa es menos frenética, sensual. Y más africana, dicen. Leyla de Guimaraes Souza lo danza todas las noches desde su balcón de hierro. Sigue el ritmo con su cabeza, con sus brazos, con sus manos salerosas. Debajo de los hierros, sus piernas amputadas rememoran el ayer.

III

Por aquél dolor intenso de cabeza, su médico le diagnosticó peritonitis. El mal pasó, pero al acusar al mes un dolor insoportable de abdomen, su médico le diagnosticó meningitis. El mal pasó, pero, in anima bilis, debió presentarse ante los jueces porque los familiares de su atormentado médico, in anima mortis, lo demandaron bajo carátula de mal paciente.

Mapas


I

Se ríe mucho cuando afirma que busca el mapa que conduce a ninguna parte. Nadie festeja la chanza. Nadie conoce, tampoco, que la profesión de Miguel es la de cartógrafo.

II

Mi mapa genético no me convence. No porque yo sepa algo del genoma y otras yerbas, sino simplemente porque la paternidad que aparece no es la que correspondería. En fin: que todo está como está. Pero no acepto que en el mapa nada me informen de mi alma. Que si es blanca o es negra, no importa. Pero el tamaño sí.

III

Inventa un mapa para llegar a la conciencia. Es difícil, pero insiste. Empecinadamente.
Después que se le interponen dos o tres conciencias ajenas, y no las puede asumir como propias, admite que su conciencia no le pertenece.

Anatomía


I

Aquél cuento del estudiante de Medicina al que aplazaban en anatomía porque al esqueleto en que estudiaba le faltaban los astrágalos, es tan cierto como esa historia del profesor Lenguaviva. Enseñaba huesos, músculos, arterias y plexos, sólo con nombres en latín. Ni una sola arteria en español. De ahí, al graduarse, casi todos sus alumnos atendieron consultorios de levita y galera.

II

Desde hace años trata de desentrañar la anatomía del pensamiento puro. No de los sueños, que para ello está Freud. Del pensamiento puro, que sale espontáneo y fluidamente de una conversación, de un soliloquio. ¿Qué anatomía tienen esos cuerpos de palabras, esos escenarios donde algo puede suceder, esos vínculos misteriosos entre esto sí, aquello no? Tampoco las hipótesis filosóficas. Cierra el libro y decide que el tema da para poco.

Cristales


I

Todo es según el cristal con que no se mira. Lo sabe el abuelo, quien después de operarse de cataratas, le sacaron los anteojos y ya no ve ni sus propios sueños. Ayer, yendo al almacén, se cruzó con su Ángel Custodio y muy galante le dijo adiós señorita.

II

El diagnóstico le cayó vertical, con filo de cuchillo: tiene una cardioplinia. ¿Qué es eso? Siente que su corazón es de cristal y que en cualquier momento puede quebrarse. Ella quedó pasmada. Algo intuía, porque al pasar el plumero por los muebles o correr en la plaza tras el perro, sentía un tintineo de caireles dentro del pecho…

Guerras


I

En esa guerra de vecinos no ganó nadie. Se perdieron años de convivencia, sí, y se acabaron los saludos. Tampoco sacaron más la ropa a asolear en los balcones. Y retiraron las macetas, para que no las disfrutaran los de enfrente. Los chicos empezaron a jugar con sus propias sombras. El amor fue palabra olvidada. Se secaron las ilusiones. (También cerró el despacho de bebidas). Pero el perro aquél siguió ladrando…

II

Ya conté lo de la guerra de las hormigas contra el ejército de albinas que irrumpieron en el resumidero. Pero hay desequilibrios peores de la naturaleza. La guerra indisociable de los camellos travestidos de caballos, contra los asnos del desierto. Guerra de clases donde se jugaba un prestigio. Perdieron los camellos travestidos, porque ahí las jorobas no les sirvieron para nada.

III

Hoy han matado palomas. Cientos. Cientos de cientos. El suelo no basta para albergar esas alas sin nubes. Eleuterio piensa que no es un tóxico. Tampoco una epizootia. Comienza dulcemente a recogerlas, una a una. Cuando ya se va acercando al último centenar, se horroriza. Cada una de ellas, cada una, corresponde a un poeta que abjuró de la poesía.

Memorias


I

No es fácil escribir un libro de memorias. Están las olvidadas. Y aquéllas otras que uno prefiere no contar. No volver a vivir. Pero yo he resuelto la cosa. Tinta negra para todo lo que se puede leer. Y para lo otro, esa tinta que aparece mientras la pluma se desliza, y que a poco se va desvaneciendo y queda el renglón en blanco.

II

Escribió sus memorias en hebreo. Una lengua patriarcal, milenaria. Como todas las lenguas, le responden. Pero él siente que no es así. Es la lengua en que se expresó Cristo. Y él sabe que sus memorias –tarde o temprano- serán leídas en las tribunas, y levantarán pueblos, y emanciparán regiones y curarán almas perdidas. Cuando alguien halla el libro, los caracteres resultan indescifrables. Y el mesías va directo al fuego.

III

Mi vida es un pentagrama. Memorias y olvidos. Corcheas de amor y semicorcheas de odios. Partitura para una orquesta que no tiene batuta. Polifonía absurda para el desacuerdo de metales, cuerdas y maderas. Mi vida es un pentagrama. Y a este blooper lo termino hoy mismo.

IV

Mi vecina ha perdido la memoria. Yo trato de ayudarla: he preguntado al farmacéutico, a las maestras de la escuela, al párroco. Nada. Hoy me he dado cuenta de que, de tanto darle de comer a las aves, se le cayó en el gallinero.

V

El jarrón de Sévres y el macetero de Capodimonte están, de niño, en su memoria.¿Por qué?, se pregunta. Eran bellos, pero esa no es la razón. Una noche sueña que el abuelo, siempre galante, le regala el jarrón a una bailarina nipona. Y que la abuela, siempre tan justa, le rompe la porcelana en la cabeza de su consorte.

Alegrías


I

Pocas alegrías como las que me da mi nieta. Me permite jugar con ella. Volver a hablar como un niño. Cantar canciones infantiles que había olvidado. Subir a los caballos de la calesita. Comer todos los caramelos, sin que me reten por eso de la diabetes. Ayer, la escuché decir con tristeza a su mamá: El abuelo es un egoísta, quiere volver a ser niño. Y me asusta: hoy comenzó a gatear.

II

Nada como su jardín, para sentir alegría. Las floraciones estacionales, los esquejes y podas, los almácigos y riegos, los cambios de tierra y los abonos. Nada comparable a toda esa suma permanente de estímulos. (Aunque a nadie confiese, a nadie, que lo que más le alegran son las subrepticias conversaciones con los gnomos: no los de cemento, los otros).

III

De tanta alegría junta, olvida que esa noche le toca guardia en el hospital y lo despiden. De tanta alegría junta, no acude al parto del primogénito y su mujer se divorcia. De tanta alegría junta lo echan del albergue por no pagar. (Tanta alegría junta sólo lleva al infortunio).

Monasterios


I

Los templarios de Tomar han recibido a noventa nuevos monjes. Se ejercitarán durante dos años y luego, a los caminos. Pero hay uno que parece saberlo todo. No es rebelde: la humildad lo bautiza. Tobías Agrigento mira y en minutos repite todo y lo complementa. Mas cuando creyéndolo preparado intentan mandarlo a la vida, se rehúsa firme. El sólo quiere –por el resto de sus días- limpiar las letrinas y los pozos, lavar el refectorio, pulir los bronces, hacer brillar los vitrales del monasterio.

II

En el monasterio Bon Gesú se han oscurecido las imágenes. Entendámonos: a plena luz, los rostros de los santos y los mártires miran de otra forma, agrisados, como si un humo les hubiera restado vida. Los frailes callan. Nadie encuentra respuestas, aunque nadie pregunte. El prior ordena que todas las imágenes sean tapadas. Por un mes. Por un año. Sufrido el escarmiento, al descorrer las telas, los íconos observan una expresión amable.

III

Cerró sus portones a fines del siglo XIX, pero los fantasmas siguieron haciendo estropicios en el monasterio. Pasó la Guerra del 14 y todo siguió igual. Pero en la Segunda, algo cambió. Y en 1945, los monjes volvieron. Eran jóvenes, un tanto inconscientes, y no les alarmó comprobar que, en las celdas, cuerpos de muñecas muy hermosas yacían sobre las piedras.

IV

El monasterio de Huelva va a ser reconstruido piedra por piedra. Es orden superior, pero don Salvador se niega. El monasterio seguirá como siempre: con sus tragaluces y sus columnas averiadas. Con sus cornucopias sin abundancia y sus gárgolas rotas. Al monasterio lo define el tiempo, como a él. Y si lo remodelan contrarían a la vida misma. Al llegar los primeros oficiales de pala, don Salvador toma su ato y se pierde en el polvo. Al año, cientos de turistas se alojan en el spa.

V

Para hacer vida monacal no se requiere monasterio. Ludovico ejercita su manía de hacer penitencia. Sin cilicios. Todos los días sube, escalón por escalón, los 365 que llevan a la torre Atlas. Una soga atada fuerte a la cintura. Una vez arriba, cierra los ojos y se tira. Le da gusto tocar la tierra. Y volver a subir. Sísifo penitente.

Epitafios


I

Aquí yace un hombre sin culpas. Un hombre que aprendió a sonreír al infortunio. Un hombre que prohijó desdichas ajenas. Aquí yace un maestro de la paz interior, que no alcanzó la propia.

II

Al sentirse morir, escribió más de diez epitafios para que esculpieran en su lápida. Finalmente, la familia anotó con tiza, sobre el cemento, el que indicó su compañera: Hizo lo que pudo.

III

No hay otro epitafio para esa mujer que enloqueció de amor. Ella nunca hubiera aceptado más que esa palabra: Alfredo.

IV

Aquí yace la esperanza de un hombre que lo que esperó de la vida lo halló en la muerte. Pax. Aquí yacen, en él, los corazones de todos los hombres.

V

Este cuerpo que aquí yace no tiene calma. Todas las voces despiertan su infortunio. Todos los silencios encienden su desazón. Murió por resistir a la felicidad.

VI

y se los entrega al hombre viejo. Nunca se enterará, nunca, que la llaman la loca de las cartas. Su rito, igual, está cumplido.

Consagraciones


I

Consagra todos los días el amor, acostándose entre almohadones de raso. La acarician James Stewart y Gary Grant. Al oído le susurra palabras James Dean. Y si se concentra –sólo si se concentra- el hirsuto carnicero de enfrente la posee.

II

No es así. Por cierto que no es así. Sábanas de algodón y algún pensamiento esquivo, talvez de Gary Grant, mientras él se prepara. Y después toda la fuerza bruta que hace de mí lo que quiere, como si fuera una res. Consagración de la carne, más vale…

III

Ha consagrado su vida a Dios. Pero no en el convento: es la que escribe cartas. ¿Cómo es eso? Simplemente, todos los pedidos, en forma de oraciones, los escribe con tenue caligrafía y ensobra: sin sellos. Después –sin cobrar un centavo a nadie- va a la sacristía

Arcanos del tarot


I

Todos los Arcanos del Tarot me convocan. Pero, por sobre todo, el Rey la Reina. En ellos estoy metida como una parte de sus mantos, de sus miradas, de sus sortilegios. Es como una vida ficticia que crece dentro de mí; pero, por sobre todo, la vida que elegí de tarotista que huye de ese policía que –en este momento, en este preciso momento- pone sus manos sobre mis hombros y me lleva.

II

Josefina vivirá hasta los 96 años, firme con sus pinceles. Se lo han marcado las cartas del tarot. Ella ha pintado frondas de árboles, el tiempo de las luces, ideogramas de la existencia. Pero tiene una deuda por cumplir: le falta pintar el Cielo.

Impostaciones


I

Todos en uno deben –casting de por medio- representar a Moisés, el de las Tablas. No es cuestión de barbas ni de túnicas: representar configurando una presencia viva, mayestática, de ascendencias bíblicas. Ningún actor halla recursos. Las actrices empiezan a lagrimear. El apuntador, al fin, saca fuerzas de muy adentro y baja despacio el telón.

II

El do de pecho le sale profundo y honorable. Pero le cuesta impostar su laringe para el fa y el si con vibratos. Hace años que va al profesor de canto con la misma voluntad. Hoy, al terminar la clase, éste le dice con tristeza que se jubila y que, sinceramente, le aconseja que cambie de garganta.

III

La historia mínima de esa mujer importa poco. Una mujer sola, ni fea ni bella, más bien lenta, poco laboriosa, sin inquietudes aparentes. Conoce todas las casas de moda, las cremas y los perfumes, las últimas marcas de relojes, los itinerarios turísticos más sofisticados. Todo eso lleva tiempo.

Laberintos


I

En el segundo laberinto se extravió. Ya no estaba el unicornio para guiarlo y él presintió que este otro conducía a la muerte. No se equivocó del todo. A los once días lo hallaron falto de razón, sin poder articular palabra y con los ojos desorbitados.

II

Borges sale de su casa de calle Maipú y al llegar a la plaza San Martín advierte que han levantado un laberinto de carteles publicitarios. Los mira, los mira con curiosidad, sin descifrarlos. El sólo sabe leer libros.

III

Nada como perderse en un laberinto de palabras. Por ejemplo, en una declaración de amor en la que no están muy claros los argumentos. Ella entiende que, en verdad, él tendría que decirle que la ama. Pero insiste e insiste, y se enreda en un oscuro callejón para la burla.

Manos


I

Manos de tejedora prodigiosa. Telar que llega al techo de lo sublime. Ovillos que anudan la historia de una mujer sin destino. Sólo allí, en ese cruzar de tramas indescifrables y de colores sabios, asienta toda la recompensa a su ceguera.

II

Es encajera, como las de Bruselas. Finas manos, dedos frágiles que jamás ha osado pinchar aguja alguna. Manos para tensar sabiamente el hilo y para hacerlo desaparecer, tras las urdimbres. Encajes para damas y caballeros. Encajes para ventanas y puertas. Encajes para altares y mesas. Encajes para un Vermeer que no llega y que seguirá esperando, ansiosa, por los siglos de los siglos.

De ciencia ficción


I

De ciencia ficción es lo que ha ocurrido en el refectorio del colegio. El rector está harto de que tiremos la comida o que nos demos panazos unos contra otros. Hoy, a poco de sentarnos, se sintió una voz profunda, clara, que decía: En lugar de la multiplicación de los panes, los dividiremos y quedará uno solo. Migas de ese pan compartirán hoy, entre todos. Y quizá mañana.

II

No es de Bradbury, pero poco le falta. En la foto de mi familia estaban los cuatro abuelos, con sus cuatros hijos, sus cuatro nueras y sus cuatro nietos. Todos inmóviles para el fogonazo. Se baja el siglo XX del calendario. La miro hoy, a mis cincuenta años, y advierto con horror que están todos menos los nietos. Sólo tres. Y el que falta soy yo.

III

Todo comenzó cuando un chico de segundo, jugando en el patio, se fue por el resumidero. No hubo más recreo. Al día siguiente, la escuela se conmocionó de nuevo: otro alumno de tercero se tragó una tiza y se murió asfixiado. Los pizarrones enmudecieron. Cuando a la semana se hundió el piso de un aula con pupitres y todo, el director cerró la escuela. (Nunca se vio a los chicos del pueblo tan felices, en la plaza, subidos al monumento a San Martín).

IV

A las doce de la noche se levanta. No sabe por qué se mueve la cama. Mira abajo del mueble, pero nada. Algún sismo, quizá. Vuelve a acostarse. Su cama se mueve para todos lados. Se sienta en una silla. Piensa. Hoy hace diez años que murió Papá. Tan bueno, tan sereno. Lástima que nunca logró controlar su Mal de San Vito.

V

Después de caminar unos pasos por Vía Véneto, (todavía en sus ojos los planos clásicos del Palazzo Barberin) Ursula se detiene. Frente a ella, una estatua se desplaza. Sí: se desplaza hacia ella un Apolo magnífico, casi único. Le palpita el corazón. Tiemblan sus sienes. El Apolo abre los brazos. Ella los suyos. Y de pronto, pasa de largo y desaparece. Detrás, un estrépito. Presurosa, levanta del suelo unos genitales de mármol, los guarda en la cartera y sigue.

VI

En el vuelo regular a Buenos Aires, Jorge siempre escribe historias. Sobre las letras impresas de su pasaje, en la servilleta del servicio de catering, en algún papelito guardado en el bolsillo. Hoy es la primera vez que no halla soporte. Guarda la lapicera y escribe en las nubes.

Herejías


I

Me dijeron que, originariamente, el martillo fue un instrumento de tortura. Después, el hombre inventó el clavo. Claro está que no todos entendemos de la misma forma. Por ejemplo: escucharla a Rocío es una tortura. Su madre afirma a los cuatro vientos que ella es una delicia, una princesa hecha y derecha. Una princesa que habla desbordadamente, casi con crueldad sostenida. Aunque no lo digo a nadie, ya sé muy bien lo que voy a hacer con su lengua. La sellaré con tres clavos.

II

No recuerdo en qué época se me ocurrió averiguar cuántas vísceras tenían los canarios en sus pancitas. Les apretaba fuerte el cuello para ver qué salía. Pero siempre ocurría lo mismo: me quedaba con el pajarito inerte en las manos. Hoy he dejado inerte a María Paula, por comprobar si realmente, realmente, tiene corazón.

III

El Para Elisa cubrió más de una década de su vida. Tardes infinitas, infinitas tardes de blancas y negras en el desgramar de su piano. Un día, tomó un serrucho y el mueble se fragmentó sin sentido. A la profesora, le dijo que se mudaba de barrio.

IV

Acaba de morir el abuelo. Lo enterrarán bajo el naranjo y nada se dirá de él en el barrio. En el barrio cuchichean que la familia mató a don Juan, que molestaba. Molestaba el hombre de tal forma, que una noche le cruzaron la almohada sobre la boca. La boca de don Juan no deja de musitar ellos. Ellos lloran sin consuelo cuando el naranjo se seca.

V

Hereje como Alberto Domínguez no conozco otro. Ha mandado al otro mundo a quienes más necesitaban de su consejo. Ha ensuciado los frentes de las iglesias. Ha culpado a inocentes por sus propias apostasías. Ha huido ante los reclamos de auxilio de los desvalidos. Sin embargo, Alberto Domínguez es el más saludador del barrio. Y jamás dejó, cortés, de sacarse el sombrero ante damas y vecinos.

VI

Es un hereje, porque en vez de creer en Dios busca reencarnarse –metempsicosis de por medio- en una golondrina. O intenta transmigrar su alma e incorporarse al cuerpo de un mendigo. Es un hereje, porque ha renunciado hace años a su daimon, el demonio natural que todos llevamos dentro, para no compartir maleficios. Es un hereje, porque hoy en un acto de inconciencia, cortó todas las azucenas del jardín del vecino, y se las obsequió a su abuela.

Trampas


I

Cayó en la trampa tendida al lobo y el lobo, como moraleja, en lugar de enseñarle sus colmillos lo acarició con la cola.

II

No hay peor trampa que la de la belleza. Cuando languidece, no da recursos. Muy por el contrario: se coloca en la vereda de enfrente, la de la fealdad. En cambio, Artemisa acepta con orgullo todas sus imperfecciones: no es bella ni por fuera ni por dentro. Pero sabe que, como recurso, los dioses le han dado dones de arpía.

III

Por dos centavos Fausto podría reencarnarse en él y devolverle la juventud. Pero no lo acepta. Y los dos centavos que termina de darle a la puerta de la iglesia, los tira al albañal.

IV

¿En qué estación bajo?, pregunta el poeta Enrique Banchs. En la de sus sueños, le responde el motorman. El poeta, desconcertado, cierra los ojos y queda dormido.

V

Es en Rouan. Alquila la ville donde vivió Monet. Ese plus agregado le fascina. Y por ese plus hay que pagar unos cientos de euros más. Se decide, si bien le intriga que, durante los últimos tres años, nadie la arrendó. Se muda, y ahí sí, a los días, una vecina le cuenta que el último inquilino se arrojó del ático con sus dos hijos. Un pintor como usted.

Maleficios


I

No creo en los maleficios ni lo creeré nunca. Pero hay una vecina que algo debe saber de eso. No usa reloj, pero llega a tiempo para todas las desgracias. Ayer, la cosa fue más puntual: salió corriendo de su casa, dejando la puerta abierta, y se plantó en la esquina. Justo a tiempo cuando una avioneta cayó del cielo y aplastó el ómnibus de escolares.

II

De mucama que es, quiere pasar a empresaria. Sí: así de preciso. Pero no por influencias de su patrón (que se fija en ella). Ni las de su hijo (que se fija en varias). Quiere serlo por propio esfuerzo. Y comienza un curso de Teneduría de Libros. A poco, se convence que por ese camino no llegará nunca. Almidona de nuevo su delantal y piensa que, maleficio mediante, el patrón enviudará en semanas.

Heroísmos


I

No hay peor heroísmo que el que se pregona. En cambio, los héroes que no se cotizan sí que importan. Adalberto Dumas es héroe sin saberlo. Y no lo sabrá nunca. No ha salvado a nadie, ni le cruzó por la cabeza reivindicar grandes gestas. Simplemente, Adalberto acaba de invitar a la mujer más fea del barrio, a la que nadie saluda, a la que todos evitan porque huele mal, a tomar el té a su casa.

II

Hay héroes pequeños, que no molestan. Héroes que nunca tendrán monumento. Héroes de carne y hueso, no de bronce. A ellos me remito cuando necesito tranquilizar mis ánimos. Estoy subido a una altura de vanitas vanitatum en que los coros no me permiten darme cuenta que, ni tan siquiera, he calzado mis zapatos. De charol, por supuesto.

Por arte de birlibirloque


I

Hace mucho que desistió de ser mago. ¿Para qué? ¿Para inquietar a los chicos? Ellos no saben lo que es ilusionismo. Y si alguno es un poco más perspicaz, seguramente creerá conocer lo que desconoce el ilusionista. El vio desaparecer gente, pueblos, casas, sin que nadie lo percibiera. Sin que nadie se inquietara. Y lo que es peor, cuando gente, pueblos y casas reaparecieron sobre el horizonte, todos lo registraron como natural.

II

Por arte de birlibirloque, saco notas musicales de las palabras. Saco flores de las notas musicales. Saco abejas de las flores. Saco miel de las abejas. Y como por arte de birlibirloque, me como la tostada con miel de un solo bocado.

III

En el Chiostro del Bramante, via della Pace, está el pequeño kiosco de libros antiguos. El es amigo de Montale y de Moravia, que viven cerca. (Honor que no comparte con nadie). Cierta tarde, aparece un señor que le solicita la Storia di Roma. Le entrega el libro y se niega a cobrarle: es Cesare Pavese. Entonces, como por arte de birlibirloque, se abren cien postigones y ventanas, y otros tantos rostros romanos celebran el encuentro. Histórico.

IV

Le han propuesto al famoso Calatrava hacer un puente a la Luna. Al principio lo toma a broma. Pero después piensa: He hecho tantos puentes! Me falta ése. Y se pone a pensar y a trazar croquis y más croquis sobre el tablero. Una noche sueña que el puente a la Luna se cae y mueren millares de almas. Despierta seguro y desiste: Ese es el puente que nunca haré.

V

Bonita, Martina sabe de los andares de Blancanieves y Cenicienta. Tiene un mundo propio de carrozas y manzanas envenenadas. Obviamente, busca a su príncipe encantado. Pero como no lo halla, acepta al fin los remilgos de amor de un armonioso enano que se le cruza.

VI

Caballitos de Troya, arcas de Noé, el castillo de la reina de Saba, construye con madera balsa. A escala perfecta. A veces, su hijo menor se acerca en silencio. Ni una sola de esas construcciones de ingenio ha sido hecha para él. Sólo para sueños del padre-niño. Papá tiene el síndrome de Peter Pan y no se da cuenta.

Pasiones


I

¡Cuántas pasiones ocultas en este mundo! ¡Cuántas pasiones silenciadas tras los muros! Héctor y Juan saben algo de ello. Y si bien quisieran gritarlo al aire, compartirlo con todos, prefieren silenciar su amor para no despertar envidias. Su amor por la numismática: esa disciplina que desenvilece el dinero…

II

Ama como un rey, con displicencia. Pero también ama como un guerrero, con pasión. Y ama en el cuerpo amado la vida que se desliza. Que se desliza cuando tras el sexo florecido, siente que su centenaria anatomía ya no tiene más nada que decir, salvo gracias.

III

Morir de amor. ¡Qué insensatez! Vivir de amor, es otra cosa. No piense usted en las prostitutas, que es amor de otra índole. Ni en las monjas y los monjes, que viven por amor a Dios. Piense, sí, en vivir del amor, como consultor sentimental. Le aseguro, por experiencia, que es toda una garantía.

IV

Sólo una puerta de la catedral de Florencia bastó para que Andrea Pisano alcanzara la inmortalidad. Ella la alcanza –pasión de por medio- cuando Botticelli la pinta en una rueda de ángeles. Soy la tercera de la izquierda.

Amistades


I

Si dijera que mi perro es mi mejor amigo, miento. Pero tampoco es el peor. De las amistades privilegio los vacíos. Es decir: los valoro mucho más cuando se van definitivamente. ¿Qué esto me costará enemistades? Precisamente, lo hago y lo manifiesto para querer más a mi perro guardián.

II

Se han hecho amigos ya de viejos. Piensan casi lo mismo de la vida, de los hijos. Lo mismo del destino. Y de ese sino de geriátrico, que sólo le alcanza para el truco y la TV. Se han hecho amigos, si bien siempre estuvieron juntos. Pero ahora entiende más que nunca a su propia sombra.

Los mundos inventados


I

Inventa mapas y cosmogonías. Construye juicios universales. Convoca a los amantes de Dios y a los luciferinos, a los apóstoles y a los profetas, a los monarcas y dictadores, a los papas y soldados. Convoca a los ángeles y a los suicidas, a los brujos y a los pastores, a los sabios y locos. Abre la puerta a asesinos y ladrones, a comediantes y esclavos, a hombres crueles y proxenetas, a ciegos y mediocres. Cuando todos están juntos, en multitud, los denuncia ante Giovanni Papini.

II

Para inventar, Tomás Moro o Campanella. ¡Qué hermosa la Ciudad del Sol, donde todos son felices y nadie osa profanar los perfectos órdenes! ¡Qué bien se vive! Y en verdad, cuán moroso es el tiempo y cómo cansa holgazanear y comprobar que todos los días, todos, se abren y se cierran con el mismo lucero…

Adversidades


I

Godofredo ha tenido mala suerte. Murió su novia durante la marcha nupcial. Perdió su fortuna en el último incendio. Naufragó el barco que lo conducía para el reencuentro con su padre. Lo acusaron de homicidio y salió de las rejas libre de toda culpa después de un lustro. Godofredo es hombre resignado. ¿Qué más le puede pasar? Ama a Dios y se perdona. (Hoy, Domingo de Pascua, el sacerdote le negó la hostia).

II

Todo me va mal. Todo me va mal. Y no es por impericia, por falta de concentración, por holgazanería. Todo me va mal. Acabo de descubrir que mi natalicio coincide con el día de la muerte de Adolf Hitler. ¿Se habrá reencarnado en mi cuerpo?

III

Ha muerto la tía Julia esta mañana. Esta mañana nieva y no hay sepelios. No hay sepelios porque el sepulturero del pueblo renunció. Renunció después que violaran a su esposa en el almacén. En el almacén del pueblo todo se sabe. Se sabe que el esposo de la tía Julia no durmió en su casa la noche anterior. La noche anterior, fui llevado a iniciarme en el sexo.

IV

Escapa a tiempo de que una víbora, enroscada en sus botas, suba a la pierna. Cruza el precario puente justo cuando la última soga se desprende. Un tiro de escopeta se dispara y le rasga la gorra. Al llegar a casa, exhausto, la cornisa del portal cae y le quiebra el cráneo.

V

De todos los males, sólo hay uno que acepto con regocijo. No es el de acordarme de mis enemigos. Tampoco el de extraviar la última moneda. Simplemente, me alegra mucho el hecho que, sin ser juglar, pueda cantarle a la vida perdida sin rencores. (Desafinado, sí, como la vida misma).

Nihilismo


I

Que Nasaku Kimono lo niega todo, no es novedad. Hasta su propio nombre, asegura su madre. Es un vicio, más que una convicción. Niega la vida, niega la muerte. Ayer, sentado haciendo dibujos sobre la arena con una ramita de pino, se le apareció Dios de cuerpo entero. Lo miró dos veces, bajó la vista y dijo No.

II

En la vida se niegan ciertas cosas (aceptadas por otros). Y se aceptan ciertas cosas (negadas por otros). Nos parecemos y diferenciamos, más allá de los rostros. Yo niego que sea verdad este equilibrio de derechos y deberes en que me ha metido la vida. No sé por qué debo amar a mi mujer y ella deba responderme con el odio.

Enajenaciones


I

¿Qué es ser normal? Parecerlo ante los ojos de los otros. Si uno es psicótico o esquizoide y no se dan cuenta, es normal. Leo juega a la rayuela en las veredas, mientras lleva los pedidos de cadetería. Si nadie lo ve, no importa. Hoy la cosa llegó a otro punto. Con los papelitos de envío hizo una rifa. Y la sorteó en el barrio. ¿Cuál era el premio? La oficina.

II

Estoy en mis cabales, porque sé muy bien de dónde vengo y a dónde voy. Vengo de la nada y voy hacia la nada .(No se enojen mis progenitores).¿Acaso puedo rotular de otra forma este sistema de vida que me obliga a obedecer, a escuchar sin ser escuchado, a cumplir lo que no siento, a aceptar lo que no necesito? Está decidido: hoy transmigraré mi alma- Y nadie se dará cuenta.

III

Liu Ling es uno de lo siete poetas del bosquecillo de bambú. Ama el vino y teme a la muerte. Poeta, sólo la embriaguez le da rienda suelta a las palabras. Hoy se le presentó la belleza del mundo, de improviso. Alucinado, no supo si estaba ebrio o había alcanzado –definitivamente- el territorio de la locura.

IV

Al morir, no se me enterró. Dejaron mi cuerpo insepulto, como si fuera un montón de huesos sin destino. El azar hizo que cientos de golondrinas picotearan mi carne. Hoy, esos pajarillos van de acá para allá, libres y rebeldes por el mundo. Han comido mi locura.

Venganzas


I

Está atrapado. Fuertemente atrapado por la idea de venganza. No lo deja dormir, no lo deja comer. La idea de volver a su pueblo, buscar la casa donde nació hace noventa y ocho años, y con la fuerza que le dan sus huesos y sus débiles cuerdas vocales, preguntar dónde queda ahora la casa de la maestra que lo aplazó dos veces.

II

No hay venganzas dulces. Todas son ásperas, en el fondo. Corroídas. Le ha roto todos los vestidos, todos, a la muchacha que ahora sale con Ovidio. Las tijeras a su alcance no le bastaron para producir el estropicio. Hoy se cruzó con los dos enamorados: ella vestía una camisa holgada y un pantalón de su amado…

III

En aquél encuentro que tuvieron Napoleón y Churchill en el purgatorio, salió airoso el inglés- Pero el otro juró una venganza bonapartiana. Alistó mentalmente sus tropas, las alineó en círculo, y antes que el del habano reaccionara, les ordenó que lanzaran en su honor una salva de flatos.

IV

Hueca de toda razón, esa venganza se volvió en su contra, como un bumerang. La infidelidad de él fue correspondida con su propia infidelidad. Pero ahí, con el otro, se enteró que el amor de Pedro era una mujer inflable. Yo se la vendí.

V

Hoy se vengará de todas las mentiras. Las encerrará en una bolsa de consorcio y las tirará al mar. Sabe que le quedará una, la de su vida impostada, pero saldrá adelante. No es imposible ser travesti.

De amores


I

Cuando va de putas, suele llevar un libro bajo el brazo. Por si acaso le toca Genevieve.
Ella se inspira, entonces, y habla de Breton y el surrealismo, recita en mal francés un par de poemas de Paul Valéry y, al final, llega a Sartre y La prostituta respetuosa. Allí se la ve satisfecha y, profesional como es, va al servicio.

II

A la derecha está el Cielo: a la izquierda, el Infierno. Lo marca la Biblia, aunque Lao- Tsé piense exactamente lo contrario. Yo sé que eres el cielo, pero que me llevas al infierno todos los días, también lo sé. Y ni a izquierda ni a derecha: los dos están en el centro de tu cuerpo.

III

Pietrasanta, cerca de Carrara, es un pueblo encantador. Es tierra de marmoleros y ahora hacen réplicas computadas. Fabrizio no lo entiende: él que empuñó martillos de los otros, hoy están los neumáticos. Esta nueva perfección no le gusta y no le sirve. El arte, sus amores, han desaparecido. Sólo quedan cuerpos huecos, sin sexo remata desolado.

IV

En el arcón atesora lo mejor de él. Medallas, algún diploma, aquéllas cartas de amor, sus anteojos de sol. Intentó también poner una sonrisa, pero la llave, entonces, se negó a girar.

Postales


I

Recibió una postal de Persia. Le impresiona que es de Marco Polo, pero la firma es ilegible. No le da mucha importancia. La verdad, la verdad, hubiera preferido que se la enviara Ulises.

II

El país de la seda de Rabelais es brillante. Enceguece, de tanta luz no tamizada. (¿Lo conoce usted, quizá?) Allí he ido a buscar oros caídos. No hallé uno solo. En cambio, una arpía me cruzó el rostro con sus uñas y he quedado escrito para siempre.

Dioses y mitologías


I

Puso el nombre Minerva a su hija mayor. Interiormente, anhelaba que la inteligencia y la sabiduría confluyeran en su cuerpo, cuando madurara. Algo de ello ocurrió. Fue una buena tejedora, pero sabia resultó cuando –entre los candidatos que se le cruzaron- eligió de marido a Júpiter Cisneros, dueño de las más grandes fábricas textiles del país.

II

En ninguna de las seis caras del cubo puedo ubicarme. No cabe ni mi sombra. Y sin embargo, las seis letras que rotulan sus superficies escriben corpus.

III

Saturno y Cronos se odian, porque la mitología los ha juntado en uno solo y no tienen nada que ver. En nada se parecen. Y ocurre que los estudiosos no mueven una tecla para que el equívoco de siglos se arregle de una buena vez. El doctor Spadagna presenta una tesis en la Universidad de Bologna, para que al menos los italianos –grandes culpables en esto- revisen el entuerto. A la semana, declaran su cátedra vacante.

IV

Que Artemisa sea hermana gemela de Apolo no es ningún accidente. Zeus y Leto han asumido el riesgo familiar. Ella es un Apolo femenino. A igual que él, está armada con un arco. Y en la guerra de Troya estuvieron juntos, apoyando a los troyanos. En los últimos siglos se ven poco. La modernidad los ha alejado. Ya no la llaman para el nacimiento de los niños, que llegan con partos asistidos, y los animales paren solos.

V

Me fascinan los libros de mitología. Las láminas todas iguales: desnudos y túnicas, trofeos y espadas, coronas y sandalias. Por ellos me doy cuenta que el Olimpo era un territorio de incestos, pero a la vez, un cielo de ritos y consagraciones. Ningún dios fue descalificado, por los siglos de los siglos. Y el paganismo no obló por ellos –pienso, digo- ni un solo céntimo.

VI

La última vez que Venus estimuló a Neptuno, comprendió que éste era impotente. ¡Pobre Anfitrite! Pura armadura. Con él no habría descendencia. Y a la mitología hay que dejarla tranquila…Venus abrió entonces su tocador, se maquilló de nuevo y salió a la busca de algún historiador distraído.

Oficios y profesiones


I

La reina de Saba lo intercepta y le grita lisa y llanamente que no quiere figurar más en la historia. Que está harta. Que la saquen de una vez y dejen de inventar supercherías. El la mira y –como historiador que es- le propone contarlo de otra forma. Si lo desea, le cambio el nombre de Makeda y lo proscribimos a Salomón.

II

No es tan malo el oficio de sepulturero. Depende de cómo se lo tome. Y a qué edad le toque a uno continuar pala en mano. El siente que el suyo es el acto más sublime de respeto y conmiseración con los cuerpos. Ningún oficio más piadoso. Por ello, al concluir su tarea, cuando los deudos van saliendo del camposanto, planta una flor sobre el túmulo. Y se persigna.

III

De físico matemático pasó a conserje de hotel. Alguna relación tiene. Se pasa las tardes haciendo los cálculos de una habitación a la otra, de las secciones de maestranza a las de administración. Siempre sobre el tablero.

IV

Hipócrates, dios de la medicina, cabe en el registro de mis libros como un sello. Mis libros en los que anoto entradas y salidas de clientes, horarios de visita y contribuciones voluntarias, diagnósticos y pócimas. Mis libros, en los que la tinta se mezcla con los olores de las hierbas y los alcoholes. Mis libros que también, en las páginas últimas, registran los aportes que doy a los malos socios, para que no me lleven por ejercicio ilegal.

V

Oficio de alto riesgo es el de régisseur de ópera. Más de una vez, alguna corpulenta soprano se le ha echado encima. Con uñas y todo. Sin embargo, no es lo peor. Sabe que no es lo peor. El desafío que toda la puesta se ajuste a la perfección y que los tenores no canten como barítonos u olviden la letra, es casi enteramente suya. Como la vez en que Madame Butterfly trastabilló, y cayó al foso en brazos del director de orquesta.

VI

Se gana la vida como médium. Y no le va nada mal, ya que clientes no le faltan y condiciones tampoco. Sabe conectarse. Y lo demás viene por añadidura: las almas siempre esperan que las llamen. Todo funciona, hasta que un aciago día empiezan a aparecer ellos y le entorpecen y anulan las redes. Los extraterrestres.

VII

El y ella hacen entrenamiento cuántico para futuros empresarios. El y ella se psicoanalizan día por medio para que la tarea sea más clara. El y ella hablan muy poco, fuera de los entrenamientos cuánticos. El y ella odian a los empresarios y no saben cómo hacérselos saber.

VIII

El jardinero sale todas las mañanas antes que el sol comience a subir. Es la hora del riego. Y se produce un humus de la tierra y una reverberación silente de los insectos.,que lo conmueven. A esa hora, no otra, renueva el pacto que todas las floraciones celebren a tiempo la primavera y descalifiquen al invierno.

IX

Escribir biografías es tarea prodigiosa. No hay vidas vacías. Y ponerle lupa a algunos acontecimientos, a ciertos protagonismos, es métier que lo excita. Hace treinta años que escribe sobre seres desconocidos, a los que su palabra inmortaliza. Jamás conoció a uno solo de ellos. Todas, todas las biografías, las hizo a pedido. De los deudos, claro está, que siempre desean lucirse a costa de los que ya partieron.

X

De paseador de perros, pasó a consuelo de mujeres solas. Cada día lo asaltan con mayores exigencias de lecho. Y la verdad, cada vez está más flaco y ojeroso. No duda más. Está decidido: el mes próximo, cambiará canes por felinos.

XI

La nariz de Cleopatra no basta para interpretar la historia. Ni la mano de Napoleón en su chaqueta. La historia es un inventario de dolores humanos. Desde su cátedra, él lo sabe bien. Con su úlcera gastroduodenal y los pillos a los que debe contener, la historia es un dolor permanente.

XII

La placa de bronce, bruñida al máximo, dice Abogado en Criminalística. No sucede lo mismo con el interior del estudio, donde el polvo reina y los libros se han deslizado de los estantes. La mujer, velada con tul negro, lo visita. Sus manos tiemblan. Lo consulta porque matará a su marido en horas, y antes de hacerlo quiere contratar defensor. El letrado traga saliva y, rápido en reflejos, le manifiesta que hoy ha decidido hacer sólo Derecho Laboral.

XIII

Desconozco las razones por las que he sido expulsado como director del hospital. Del hospital surgen historias raras. Raras son las actitudes que toman algunos de los internados. Los internados juegan por las noches a los fantasmas, con las sábanas. Las sábanas aparecen todas las mañanas tiradas por el patio y por las azoteas. Por las azoteas han caído ya tres pacientes. Tres pacientes fueron desahuciados por el director.

Acerca del autor

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Biobibliografía

Poeta, ensayista, crítico de arte, Jorge M. Taverna Irigoyen nació en Santa Fe. Ha publicado una decena de libros de poesía, crítica e historia del arte, mereciendo numerosos premios por su labor. Publicó sus narraciones breves bajo el título Historias verosímiles en la revista Letras de Buenos Aires y en el suplemento cultural de El Litoral de Santa Fe. Fue Director Provincial de Cultura, director y fundador del Centro Trandisciplinario de Investigaciones de Estética de Santa Fe y presidente de la Asociación Santafesina de Escritores. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte y Presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes.

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