Monasterios


I

Los templarios de Tomar han recibido a noventa nuevos monjes. Se ejercitarán durante dos años y luego, a los caminos. Pero hay uno que parece saberlo todo. No es rebelde: la humildad lo bautiza. Tobías Agrigento mira y en minutos repite todo y lo complementa. Mas cuando creyéndolo preparado intentan mandarlo a la vida, se rehúsa firme. El sólo quiere –por el resto de sus días- limpiar las letrinas y los pozos, lavar el refectorio, pulir los bronces, hacer brillar los vitrales del monasterio.

II

En el monasterio Bon Gesú se han oscurecido las imágenes. Entendámonos: a plena luz, los rostros de los santos y los mártires miran de otra forma, agrisados, como si un humo les hubiera restado vida. Los frailes callan. Nadie encuentra respuestas, aunque nadie pregunte. El prior ordena que todas las imágenes sean tapadas. Por un mes. Por un año. Sufrido el escarmiento, al descorrer las telas, los íconos observan una expresión amable.

III

Cerró sus portones a fines del siglo XIX, pero los fantasmas siguieron haciendo estropicios en el monasterio. Pasó la Guerra del 14 y todo siguió igual. Pero en la Segunda, algo cambió. Y en 1945, los monjes volvieron. Eran jóvenes, un tanto inconscientes, y no les alarmó comprobar que, en las celdas, cuerpos de muñecas muy hermosas yacían sobre las piedras.

IV

El monasterio de Huelva va a ser reconstruido piedra por piedra. Es orden superior, pero don Salvador se niega. El monasterio seguirá como siempre: con sus tragaluces y sus columnas averiadas. Con sus cornucopias sin abundancia y sus gárgolas rotas. Al monasterio lo define el tiempo, como a él. Y si lo remodelan contrarían a la vida misma. Al llegar los primeros oficiales de pala, don Salvador toma su ato y se pierde en el polvo. Al año, cientos de turistas se alojan en el spa.

V

Para hacer vida monacal no se requiere monasterio. Ludovico ejercita su manía de hacer penitencia. Sin cilicios. Todos los días sube, escalón por escalón, los 365 que llevan a la torre Atlas. Una soga atada fuerte a la cintura. Una vez arriba, cierra los ojos y se tira. Le da gusto tocar la tierra. Y volver a subir. Sísifo penitente.

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Biobibliografía

Poeta, ensayista, crítico de arte, Jorge M. Taverna Irigoyen nació en Santa Fe. Ha publicado una decena de libros de poesía, crítica e historia del arte, mereciendo numerosos premios por su labor. Publicó sus narraciones breves bajo el título Historias verosímiles en la revista Letras de Buenos Aires y en el suplemento cultural de El Litoral de Santa Fe. Fue Director Provincial de Cultura, director y fundador del Centro Trandisciplinario de Investigaciones de Estética de Santa Fe y presidente de la Asociación Santafesina de Escritores. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte y Presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes.

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